Ignacio Zuloaga

Ignacio Zuloaga

ZULOAGA EN SUS DIBUJOS

Javier Viar

Las extraordinarias facultades de dibujante y pintor que tuvo Ignacio Zuloaga son la cosa más evidente de su obra. En ningún momento hace pensar Zuloaga, lo que a veces ocurre con grandes pintores, que su obra estuviera lastrada por la falta de dominio del dibujo y del color. Más bien se piensa frente a ella que pintó como quiso pintar, que su estilo fue una elección de la voluntad y que se hizo al hilo de una capacidad muy desahogada de los recursos artísticos. Lo que hay en su pintura de rotundo y poderoso puede estar dictado por un espíritu poco propenso a dudar, pero la encarnación final de su compacto pensamiento simbolista y teatralizador es fruto de sus enormes facultades.

Esto se ve con la mayor claridad en sus dibujos, como siempre ocurre. El dibujo es el mayor testigo de la intimidad del artista, no sólo porque es el resultado de sus balbuceos, el vehículo de sus primeros esbozos, de sus concepciones más espontáneas, sino porque delata como nada el nivel de su experiencia y de sus facultades. La desnudez de la línea en el espacio, o mejor dicho la creación del espacio mediante la línea, el alumbramiento de los límites en el vacío, nos entrega al artista en su más despojado acto creador y en su más nítida capacidad descriptiva. El dibujo revela las raíces más originales del artista, sus atributos más genuinos.

Estos dibujos de Zuloaga que se muestran en la presente exposición, incluso aquéllos que manifiestan un aparente inacabamiento, resumen, destilan claramente aspectos fundamentales de su estilo. En primer lugar, su alta calidad técnica, que llamamos técnica para distinguir una capacidad objetiva de otra más subjetivamente estilística, aunque sean difíciles de separar una y otra. Pero de Zuloaga sí se puede decir que su aliento expresivo se manifiesta a través de unas maneras ortodoxas de buen dibujante, de dibujante exacto y vigoroso, robusto y poco dado a la filigrana, aún habiendo sido tocado por la voluptuosidad modernista. En época de Zuloaga el dibujo había llegado al apogeo de la descripción naturalista, y ni para Degas o Toulouse-Lautrec, ni para Casas o Picasso, como para el propio Zuloaga, tenía misterio la representación precisa, armoniosa, expresiva y verosímil de la realidad. A Zuloaga puede tenérsele, en este aspecto, como uno de los más dotados recaudadores de los datos visuales que proporcionan las apariencias. En los dibujos más naturalistas de los que aquí se presentan puede detectarse esta cualidad.

Pero la mayoría de ellos traslucen también otra cosa: la búsqueda de estructura, de armazón, para lo que elimina los detalles, los elementos que desvirtúan el esquema principal de la composición. Desde luego Zuloaga no fue un buscador de impresiones, de motivos fugaces, de imágenes instantáneas. Más bien al contrario, invistió a su obra del empaque de la intemporalidad simbolista proponiendo composiciones estáticas, trabadas y significativas, muy elaboradas. Sus dibujos delatan ese interés por la permanencia, por la forma esencial, incluso en los retratos, aunque sin perder, en nombre de la abstracción formal, y mucho menos del volumen, como en los artistas de órbita cubista, los «pliegues» de la realidad. En la obra madura del pintor se puede hablar de una derivación expresionista, muy entroncada, eso sí, en el manierismo y el barroco españoles.

Hay una tendencia individualista en las obras de Zuloaga, pues si bien es verdad que algunas de sus obras importantes están compuestas por significativos conjuntos de personajes, es muy característico que sus cuadros entronicen a uno solo, magnificándolo, convirtiéndolo en figura arquitectónica, como si una sola figura humana pudiera contener el universo. Además, en línea con lo que decía más arriba, las posturas de los modelos son estereotipadas, compuestas. Los personajes posan para el artista como si fueran figuras teatrales y se representaran a sí mismos enfatizando su propia naturaleza. Estas son otras de las cosas que se perciben de manera evidente en sus dibujos.

La tendencia a las descripciones castizas o pintorescas, que tratan de transformarse o hacerse pasar por signos de identidad histórica o existencial, como máscaras de la realidad que contienen el significado de la representación, asoma en los dibujos de manera inmediata, denunciando que una visión ritualizada y declamatoria del costumbrismo -toros, abanicos, peinetas, mantones, cantadoras, gitanas- está en la misma raíz de la contemplación zuluaguesca.

 

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